Mi papá suele tener amigos muy nice. Cuando yo nací, un amigo suyo le dijo que su esposa esperaba una niña. Y con eso empezaron a planear emparentase, con la niña y conmigo of course. Le pusieron Chantal y en cuanto nació, lo primero que hicieron fue llevarme al cunero a verla. Yo tenía como cinco meses y ya me andaban prometiendo a una mocosita que ni siquiera conocía, o peor aún, no tenía conciencia para conocer.
Pasaron los años y Chantal asistía a todas mis fiestas de cumpleaños, así como yo a las de ella. Ella era una niña rubia con trencitas y muy agradable, o al menos hasta que entró a la adolescencia y se volvió la típica rubia desabrida, anoréxica, estirada ¿aja? Aún así mis papás y los suyos querían emparentarse sin importar que yo no la soportara.
En sus quince años tuve que ser su principal acompañamiento con un asqueroso tono dorado en .la corbata y ella brillaba tanto que lastimaba los ojos. Le puse Miss Sunshine y se enojó. Si hasta ese momento me había soportado, desde entonces me odió.
Cuando cumplí dieciocho años, no la invitaron, fue una fiesta puramente masculina. La disfruté mucho. Pero cuando llegaron los dieciocho de Chantal sus padres y los míos me pidieron llevarla a un “antro”, yo odio esas cosas, pero ella no. En cuanto entramos ella se perdió y al final de la noche la encontré en el baño vomitando. La llevé a su casa y me dieron las gracias por no haber tomado yo.
A los diecinueve, Miss Sunshine parecían habérsele bajado los humos. Tal vez porque tenía que repetir su último año de bachillerato y me pedía ayuda. Hubo un momento en que cuando me disponía a ir a su casa para dejarle su obsequio antes de que se fuera a su noche de chicas, mi padre me apartó de la mirada de mi madre y me metió un paquete de condones en el bolsillo interno de la chamarra, después me prestó las llaves del coche y me fui. Extrañamente, cuando llegue a casa de Miss Sunshine, sus padre me pidieron que les hiciera el favor de llevarla a la casa de su amiga; accedí y en el coche le di su obsequió, era un bolso azul –que mi madre definió como precioso- y a pesar de que no lo había elegido yo, ella me dio gracias muy efusivamente. Con decirles que al siguiente semáforo, ella me besó. En fin. Llegamos a la casa de su amiga y me despedí de ella cuando extrañamente la anfitriona me invitó a festejar con ellas. Muy cortésmente dije que no porque era un anoche de chicas y seguramente iba a terminar con las uñas y las cejas depiladas. Sin embargo, como la chica me caía bien e insistió tanto que al fin accedí no sin antes llamarle a mi padre quien increíblemente aceptó encantado.
Así pues, entré, y mientras yo esperaba ver revistas de quinceañera y peluches de osito, me encontré en un departamento libre de padres y con chicas con prendas ligeras. Ninguna se asustó al verme por lo que empecé a sospechar si todo eso no había sido planeado. Así que cuando fui a la cocina por un vaso de agua, Miss Sunshine me metió al armario de escobas, y ansiosa, me estrenó. Que casualidad que ella sabía donde estaban los condones de mi chamarra y que casualidad que ninguna de sus amigas entró en esos momentos aunque hayan sido mínimos. Yo ya estaba pidiéndole una disculpa cuando ella me dijo que no importaba y se fue.
Yo me quedé de una pieza. Mi padre y el suyo seguramente habían hablado y no me dijeron nada los muy miserables. O tal vez para que me tomara por sorpresa y no me aprovechara para que la única agasajada fuera ella.
Todavía pensando en eso, salí corriendo entre un barullo de risas bobas y me fui a mi casa aún asustado.
A los veinte, me rebelé, quise hacer mi propia fiesta, pero como sucede con la mayoría de mis planes, me salió mal y me quedé relegado en mi cuarto sin que nadie se acordara de mí. Ya en la noche mi madre fue corriendo a la pastelería y mi padre tartamudeaba algo de un coche, ¿y cómo iba a estar Miss Sunshine? Furiosísima porque no le podían dar un coche a ella debido a sus múltiples choques
A los veintiuno, mi padre puso su alarma en el celular para no tener que darme otro regalo grande y organizó una fiesterilla desde un mes antes… con globos, mesas de colores y Miss Sunshine por supuesto, nada más le faltaron los payasos.
Después de que todos los hijos de los amigos de mi papá se rieron con ganas de mi tarta en forma de campo de futbol, me retiré a mi cuarto muy triste sin abrir siquiera a mi madre que fue a preguntarme que ocurría.
Lo que aún no me explico, es porqué le abrí la puerta a Miss Sunshine. Tal vez por los buenos tiempos de la niñez o por querer desquitarme con alguien. Fue la primera y última vez que me llamaron “mi amor” y “te quiero mucho”. Sigo sin saber porque. También fue la primera vez que me besaron de verdad y la primera vez que me sentí muy, muy solo en cuanto ella se fue.
Después supe que ella se embarazó de un compañero de su universidad fresa y tuvieron que casarse. No fue mío y se lo achacó a él si es lo que están pensando.
Me invitaron a su pomposa boda y después me enteré que se fueron a Europa a trabajar gracias a los contactos del papá de él. Recuerdo que la madre de Miss Sunshine me daba palmaditas en el hombro cuando estábamos en la iglesia, y Chantal fue la comidilla de sus amigas porque pensaron que a fin de cuentas se iba a casar conmigo. Y la decepción de mi padre y la vergüenza del suyo porque Miss Sunshine no se casó con el hijo de su amigo.
Años después, cuando terminé la carrera, me fui a Francia a hacer mi doctorado. Ahí viví mucho tiempo con una amiga de la universidad hasta que decidimos adoptar a un niño alemán.
Un día, un hombre llegó a la editorial en la que trabajaba, se decía que era un administrador mexicano muy rico que quería escribir un libro de su especialidad. Fui su colaborador y nos hicimos amigos hasta que una noche él me invitó a cenar en compañía de su mujer para que también conociera a la mía. Accedí muy complacido y agregó que podía llevar a mi hijo ya que él tenía una hija de más o menos su edad y podrían jugar.
Al llegar a su casa cual no fue mi sorpresa al ver a Miss Sunshine poniendo la mesa con la ayuda de una empleada suya. Ella se sorprendió al verme y yo me volví hacia su esposo a quien no había reconocido detrás de la barba y los anteojos respetables, mientras él me veía seguramente pensando lo mismo de mi cabello negro en lugar de castaño y de mis gafas sin armazón. Lo cierto es que casi no nos vimos el día de la boda y él nunca me dijo el nombre completo de su esposa.
Cuando entró su hija, casi vi a Miss Sunshine cuando tenía siete años, y al verla, mi pequeño Fritz nos dijo:
-Mami, papi, esa niña parece Sonnenschein.
Observé a Chantal, a su marido y luego a mi mujer. A final de cuentas sí íbamos a ser una familia.